19 de abril de 2010

Razas inferiores y “negros”


Reproducimos -con permiso del autor- este cuadro sobre los Juegos Olímpicos de Berlín.

Los Juegos asignados a la capital del III Reich fueron los más grandiosos y mejor organizados que la historia había visto hasta ese momento pero, también, los más controvertidos por la creciente oposición de muchos colectivos a algunas políticas del gobierno de Hitler. La consolidación del régimen nazi se produjo tras la designación de Berlín como sede en 1931. Hitler fue nombrado canciller de Alemania en 1933 y firmó los decretos de Nüremberg, que privaban de su nacionalidad alemana a los judíos (y les vetaba algunas profesiones), en 1935. El presidente del C.O.I. Baillet-Latour tuvo que intervenir en varias ocasiones ante el cariz que tomaban los acontecimientos. Primero para evitar la destitución del Dr. Lewald (con antecedentes judíos) como presidente del Comité Olímpico alemán, luego llamando la atención a Hitler cuando se saltó la fórmula protocolaria en la inauguración de los Juegos de invierno, posteriormente amenazando con retirarle los Juegos si no se respetaba la Carta Olímpica (especialmente en la participación de judíos) y, finalmente, pidiendo al Führer que no recibiese a los vencedores en su palco (ya que el titular y organizador de los Juegos era el C.O.I.).

En el aspecto organizativo, el remozado Estadio Olímpico fue un marco colosal para el atletismo y, a diferencia del de Los Ángeles en 1932, se llenó todos los días. Numerosas organizaciones antifascistas y judías de todo el mundo propugnaron un boicot a estos juegos “nazis” pero exceptuando España, que no pudo acudir por la insurrección militar contra la República, todos los grandes países hicieron la vista gorda ante la exaltación nacional-socialista (como lo habían hecho ante las agresiones de Japón a China y de Italia a Etiopía, el rearme alemán o el apoyo de Alemania e Italia a Franco). El presidente del C.O. de EE.UU. Avery Brundage, conocido segregacionista (y filo-nazi según varios historiadores americanos), regresó de una visita preparatoria a Alemania loando la organización (y no tuvo inconveniente en apartar a algunos judíos del equipo como los sprinters Marty Glickman y Sam Stoller). Pese a algunas dificultades de financiación (dada la fuerza de las organizaciones judías en EE.UU.), los estadounidenses acudieron y arrastraron a los últimos indecisos. La mayoría de los judíos fueron apartados de los equipos alemanes de diferentes deportes –pese a que se convocó con gran publicidad a otros como Helene Mayer, campeona olímpica de esgrima en 1932 exiliada en EE.UU.-, y algunos deportistas de diferentes países declinaron su participación a título individual.

En las calles e instalaciones las banderas nazis ondearon junto a las olímpicas pero el pueblo alemán se mostró muy cordial con todos los competidores. Son conocidas las doctrinas raciales de los nazis que se tradujeron en la depuración de la mayoría de los deportistas judíos alemanes y en la calificación de “razas auxiliares” con que se denominaba a los atletas negros. En el equipo de EE.UU. se clasificaron nueve (los sprinters Jesse Owens, Ralph Metcalfe, Mack Robinson, Archie Williams y James Lu Valle, John Woodruff en 800m, el vallista Fred Pollard y los saltadores de altura Cornelius Johnson y Dave Albritton) -que sumaron doce medallas- y un indio, el maratoniano Ellison “Tarzán” Brown. Otros equipos como Canadá o Brasil presentaron también algunos atletas negros.

Mucho se ha escrito sobre lo mal que encajaron los jerarcas nazis las victorias de los “auxiliares negros” y sus reproches a los americanos por “usarlos” pero el pueblo alemán se mostró admirativo ante esos grandes campeones y les prodigó muestras de cariño en el estadio y en la calle. Así lo reflejó el campeón olímpico de 400m Archie Williams que, preguntado a su regreso por cómo le habían tratado esos “cochinos nazis”, respondió: “Al menos allí no tenía que subir en la parte trasera del autobús”. Williams fue instructor de pilotos en la 2ª Guerra Mundial... en un batallón negro segregado.
Y es que, más allá de sus proezas deportivas, la mayoría de los campeones negros no tenían una vida fácil en sus países, como escribió el campeón de 800m John Woodruff: “...oímos algo sobre el boicot pero nunca lo discutimos. No nos interesaba la política, sólo ir a Alemania y ganar. Era la primera vez que tomaba un barco ya que los negros veníamos de familias muy pobres, ninguno era rico ni siquiera de clase media(...). Gané para mí, primero, y para mi país. Fue una sensación especial ganar la medalla de oro siendo un negro. Destruímos su teoría de la raza superior lo que me hizo estar orgulloso, de mi, de mi raza y de mi país. (...) De vuelta de los Juegos teníamos que correr en un mítin en Annapolis, en la Academia Naval. Era campeón olímpico pero no me dejaron entrar por la discriminación racial. Eso me hizo recordar cuál era la situación ¡las cosas no habían cambiado!” (dos referencias audiovisuales son el monumental film Olympia de Lieni Riefenstahl (1938) y la mini-serie Jesse Owens story, un biopic en cuatro capítulos dirigido por Richard Irving en 1984).

Los canadienses, pernoctaron tras los Juegos en un hotel de Londres pero el propietario dijo que no podía admitir al quíntuple medallista y médico Phil Edwards. Éste era muy querido por sus compañeros (lo habían designado capitán del equipo de atletismo) que abandonaron todos el hotel al grito de “Si el hotel es demasiado bueno para el Dr. Phil, ¡es demasiado bueno para nosotros!”.

Enric Pla, 800 metros masculinos en los Juegos Olímpicos, Boletín AEEA nº 86 (marzo 2010) pág. 77


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